Aníbal ad Portas (Cuarta Parte)
- Álvaro González Somoza
- 13 mar 2017
- 3 Min. de lectura

Aunque no es necesario leer los anteriores artículos para comprender este, os recomendamos leerlos para saber más de este gran general. En el último artículo os contaba el desarrollo de las operaciones de Aníbal desde la batalla de Cannas hasta antes de la Batalla de Zama que puso fin a la Segunda Guerra Púnica y contaremos a continuación.
Los años previos a esta gran batalla, Aníbal había perdido mucho terreno en Italia donde la constante producción de tropas de los romanos impedía contener su avance. Al mismo tiempo, Publio Cornelio Escipión había arrebatado a Cartago sus posesiones en la Península Ibérica, además se hizo con la alianza de Masinisa, príncipe númida. En el año 204 a.C. Publio Cornelio Escipión desembarcó en África sin oposición de la flota cartaginesa con el objetivo de atraer a Aníbal hacia ese continente sacándole de Italia.

En el 203 a.C., mientras Escipión realizaba grandes avances en África, a Aníbal se le ordenó regresar a su patria para combatir contra el romano. Después de 15 años sembrando el pánico en Italia, Aníbal abandonaba la península.
Al año siguiente, los dos mejores generales de su época se reunieron para firmar un tratado de paz, sin embargo, este no triunfó dado que Cartago se sentía invencible si eran comandados por Aníbal.
En este contexto, el 19 de octubre del 202 a.C. en las llanuras de Zama Regia, se predispusieron para la batalla los ejércitos de las dos naciones más poderosas del Mediterráneo. El ejército de Escipión estaba compuesto por entre 30000 y 34000 infantes y por cerca de 6500 jinetes gracias al apoyo de Masinisa; mientras que Aníbal contaba con 37000 infantes formando en tres líneas, estando la última de estas líneas compuesta por 15000 de sus veteranos en Italia, 3000 jinetes dispuestos en las alas y cerca de 80 elefantes al frente de su ejército.
El ejército romano se dispuso con su tradicional triplex acies con los hastati al frente por delante de los princeps y de los triari. Escipión ordenó formar creando un ajedrezado que permitía al ejército maniobra dejando pasillos.

Escipión, sabiendo que los elefantes dispuestos en esa batalla eran inexpertos, ordenó tocar a los músicos con el objetivo de asustar a los paquidermos y hacerlos huir, como así lo hicieron muchos provocando una gran confusión en el ejército cartaginés. Aquellos que llegaron hasta las tropas romanas, se metían por los pasillos y allí eran acribillados con facilidad. A su vez, la caballería romana avanzó contra la cartaginesa, menos numerosa, que se vio obligada a retirarse del campo de batalla perseguidos por Masinisa y Lelio.
Aníbal en respuesta ordenó avanzar a su primera línea de infantes que consiguieron causar grandes estragos en las filas romanas. Sin embargo, el apoyo desde la segunda línea tardó en llegar lo que aprovechó el ejército romano para recomponerse lo que obligó a los cartagineses a retroceder.

El general púnico, al observar el avance romano, dispuso a sus veteranos en la primera línea para obtener firmeza. Este movimiento desequilibró la balanza a favor de los cartagineses que ganaban terreno.
Cuando parecía que Fortuna sonreía otra vez a Aníbal, apareció la caballería romana por la retaguardia generando un gran caos que puso fin a las pretensiones de Cartago. El general púnico consiguió huir y presentarse en Cartago días más tarde.
Cartago se vio obligado a firmar un humillante armisticio con Roma que entre otras obligaciones se encontraba la prohibición de tener una flota de guerra y el desarme militar. Este logro le valió a Escipión para hacerse con el sobrenombre de Africano.
Tras esta batalla Aníbal trabajo como funcionario del tesoro de Cartago pero tendría que huir cuando le acusaron de robar dinero público. Así tras ser el mayor héroe de la potencia Africana, el gran Bárcida tenía que huir de la ciudad que le vio nacer.
Tal vez lo más chocante de la vida de Aníbal sea que, después de ser invencible en tierra ajena fuera derrotado en la única batalla que libró en suelo conocido.
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