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Aníbal ad Portas (Quinta Parte)

  • Álvaro González Somoza
  • 17 mar 2017
  • 4 Min. de lectura

En los artículos anteriores, escribíamos sobre cómo Aníbal inició la Segunda Guerra Púnica, derrotó en innumerables batallas a los romanos hasta que finalmente fue derrotado en Zama y por qué tuvo que huir de Cartago. En este artículo narraré sus aventuras desde ese momento hasta el final de sus intranquilos días. No es necesario leer los anteriores artículos para comprender este aunque si que lo recomiendo.

Aníbal con los anillos consulares


Tras su derrota en la guerra, Aníbal trabajó para el tesoro de Cartago que se iba a ver fuertemente dañado debido a las indemnizaciones que tendría que pagar a Roma. Sabiendo esto, el antiguo general decidió aplicar una medida muy polémica ya que hizo que en vez de ser las arcas del estado las que soportaran el peso de las indemnizaciones fueran los hombres ricos de Cartago.


Como era de suponer, esta medida disgustó y mucho a los oligarcas cartagineses que recelosos con la pérdida de poder, informaron a Roma de una relación epistolar de Aníbal con Antíoco III que era receloso del poder creciente de Roma. Ante esta situación, la ciudad del Tíber exigió la entrega del general púnico que en vista de la situación decidió exiliarse en el año 195 a.C.

Puerto de Cartago


Tras su paso por Tiro, Aníbal llegó a Éfeso donde le recibió Antíoco con gran entusiasmo que se preparaba para la guerra con Roma y se enorgullecía de contar con la experiencia del Bárcida para ayudarle en esa campaña.


Fue precisamente allí donde, según Tito Livio, tuvo una reunión con Publio Cornelio Escipión que ya recibía el sobrenombre de Africano. En este encuentro, Escipión le preguntó que quiénes eran para el cartaginés los mejores generales de la historia. Aníbal le respondió que en el primer puesto estaría Alejandro Magno puesto que con un puñado de hombres derrotó a muchos ejércitos y llegó hasta donde ningún hombre pensaba llegar, Escipión en esto estuvo de acuerdo con el púnico. En el segundo lugar, y seguramente para provocar a Escipión, colocó a Pirro de Epiro gracias a su facilidad para disponer las tropas en la batalla y en los campamentos así como por su capacidad de atraer aliados hacia él.

Antíoco III


Aunque molesto, Escipión le preoguntó que a quién colocaría en tercer lugar, tal vez con la esperanza de que le colocara a él mismo. En cambio, Aníbal le respondió que él mismo puesto que conquistó iberia, cruzó los Alpes sin que nadie pudiera detenerle y asoló más de 400 ciudades y todo ello sin recibir refuerzos de Cartago.


Escipión, cansado de las constantes adulaciones hacia sí mismo de Aníbal le preguntó que en qué puesto se colocaría si le hubiera vencido, “Pues la verdad; en ese caso, respondió Aníbal, debería ponerme por delante de Alejandro y de Pirro y de todos los demás generales” contestó Aníbal. Con esta genial respuesta Aníbal admitía que derrotar a Escipión solo estaba a la altura de él más grande.

El respeto de dos viejos conocidos, rivales, pero, en mi opinión, nunca enemigos. Los hombres más grandes de su época y que vivieron vidas paralelas.


Una vez que estalló la guerra entre el Imperio Seléucida y Roma, en el 190 a.C. Aníbal recibió el mando de la flota de Antíoco en la batalla del Eurimedonte en la cual perdió debido a su inexperiencia naval. Poco después se produjo la batalla decisiva, la de Magnesia. En la cual Antíoco no quiso escuchar a Aníbal sobre como debía disponer las tropas y le despreció. El resultado dio la razón a Aníbal, Roma consiguió una victoria aplastante sobre los sirios que terminó con las aspiraciones de Antíoco.


No se sabe con certeza a dónde se dirigió Aníbal tras la victoria romana aunque se sabe que posteriormente se refugió con Prusias I de Bitinia enemigo de Eumenes II de Pérgamo que, a su vez era aliado de Roma.


Como no podía ser de otra manera, Aníbal colaboró en la guerra contra Pérgamo y quedará para la historia la batalla naval en la que ante la superioridad de la flota enemiga arrojó a los barcos enemigos vasijas llenas de serpientes siendo uno de los primeros en usar la guerra biológica.


Los romanos no se habían olvidado de él lo que hacía que fuera un aliado demasiado peligroso para Prusias que lo traicionó. Ante la amenaza de ser entregado a los romanos, Aníbal decide suicidarse el 183 a.C. con 63 años ingiriendo el veneno que durante años había guardado en su anillo. Curiosamente, Aníbal murió en el exilio y en el mismo año que su máximo rival, Escipión.


Entre los lugares en los que se piensa que se enterraron los restos mortales del gran cartaginés se baraja una colina cubierta de cipreses en la que espero que al fin encontrara la paz y tranquilidad que le faltó en vida el general que les enseñó a los romanos el significado del miedo.


Un gran general que se ganó el derecho de que los propios romanos le erigieran estatuas en su honor. Generaciones más tarde, las mujeres romanas aún relataban terroríficos cuentos a sus hijos cuando se portaban mal usando la temida:

“¡HANNIBAL AD PORTAS!”

Si os interesa el tema estoy convencido que las siguientes novelas os van a encantar:

Trilogía de la guerra Púnica de Santiago Posteguillo:

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Trilogía de Cartago de Ross Leckie:

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Aníbal de Cartago. Un proyecto alternativo a la formación del Imperio Romano de Pedro Barceló:

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