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Miguel Ángel Blanco, la ejecución que colmó el vaso

  • Álvaro González Somoza
  • 12 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

Miguel Ángel Blanco

El 1 de julio de 1997, la Guardia Civil conseguía liberar tras 532 días secuestrado a José Antonio Ortega Lara retenido por ETA en un zulo de diminutas proporciones. La respuesta de la banda terrorista fue clara tal y como se refleja en la carta de Kantauri:


“Deciros que cualquier político del PP es objetivo, repetiros lo importante de estas acciones. Otra cosa, poned toda la fuerza posible en levantar a un concejal del PP, dando un ultimátum de días para que los presos estén en Euskadi. En relación a este tema (secuestro) hacedlo lo antes posible y, si no podéis secuestrarlo o hay algún problema le dais kaña y a por otro”


Esta orden se materializó mediante el comando Donosti al secuestrar al concejal del ayuntamiento de Ermua, Miguel Ángel Blanco, el 10 de julio de ese mismo año a las 15:30, cuando se baja del tren que le conduce al trabajo, Irantzu Gallastegui le aborda y le mete en un coche oscuro. Ya lo habían intentado el día anterior.


A las 18:30 los terroristas envían un ultimátum, o el gobierno de España cedía al acercamiento de los presos de ETA al País Vasco antes de las 16:00 del 12 de julio o ejecutarían a Miguel.

Como era de esperar, y los propios terroristas ya sabían, el gobierno de Aznar se negó a ceder al chantaje lo que, en ese momento, significaba la muerte del concejal. Sin embargo, las gentes de todos los municipios de España se movilizaron en forma de manifestaciones pidiendo a ETA la liberación de Miguel Ángel.


Todo fue en vano, el día de la tragedia, los terroristas lo metieron en el maletero de un coche y lo llevaron a un descampado en la localidad de Lasarte-Oria, allí, mientras Mujika, alias Oker, le obligaba a ponerse de rodillas, Gaztelu, alias Txapote, le disparaba dos tiros en la cabeza, siendo el segundo el mortal. Sin embargo, aunque según el forense no sufrió, no murió en el acto y fue encontrado con vida.


Hasta aquí, todo podría haberse quedado en una anécdota más en la cruel historia de ETA. Con lo que no había contado la banda era con la repulsión, total y absoluta, que provocó el asesinato de un joven de tan solo 29 años de una forma tan cruel en la mente de todos, o más bien casi todos, los españoles.

Manifestación contra ETA

Antes del brutal asesinato, si bien la banda no contaba con el apoyo de la mayor parte de la sociedad, la repulsión a la banda no era absoluta. A partir de entonces, en lo que se ha conocido como el espíritu de Ermua, se sucedieron manifestaciones históricamente multitudinarias que llamaban a los terroristas al grito de “Asesinos”, lo que eran, lo que son. En ciudades como Madrid al grito de “Por la Paz, la Unidad y la Libertad” también se sumaron otros como “Vascos sí, ETA no”.



Además en el País Vasco, miles de ciudadanos obligaban a cerrar Herriko tabernas en las que se apoyaba a ETA y de las cuales los pro etarras debían salir, irónicamente, escoltados por la Ertzaintza.


Si hoy disfrutamos de la paz es en gran medida por la muerte de Miguel Ángel y por la fortaleza que demostró su familia al enfrentarse a ETA. Gracias a ellos los lobos, por una vez tuvieron miedo de las ovejas y ese fue el principio del fin de una época, una época con sabor a plomo.



Dedicado a todas las víctimas de aquel infierno por el que un grupo de asesinos nos hizo pasar.

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